Vuelta a casa

Acabo de aterrizar en Londres y ya parece que se ve luz al final del viaje. Doce horas desde Hong Kong en un vuelo en el que íbamos 11 pasajeros y éramos superados claramente por la tripulación. Esto parece una película y es la pura realidad. En el vuelo nos han tratado muy bien y, al menos, he podido tumbarme a lo largo de una de las filas de cuatro asientos y dormir algo. Estoy preparada para coger el segundo vuelo directo a Madrid. Confieso mi inquietud pero voy muy preparada y, de hecho, soy la única persona que lleva un traje de protección como el mío. La gente me mira pero todo el blindaje que pueda ponerme es poco en la lucha contra el corona virus. Ganas tengo de llegar a Madrid. Después solo me queda llegar a Chamartín y coger el tren. Aún faltan unas horas pero ya siento que estoy más cerca de Santander, de mi gente, de mi casa.

Mercado local

Ya desde Hong Kong subo las últimas fotos de ayer. Una visita al mercado central en el que había de todo: entre la zona de carnes o pescados te encontrabas una peluquería, una tienda de telas o una costurera. Junto a las verduras o la ferretería una gran zona de joyeros exponiendo sus joyas de oro. Cierto es que vi algún puesto con gusanos y otros insectos fritos. Muy interesante fue ver cómo hacían la caña de azúcar o el agua de coco. En medio del bullicio del mercado, las motos circulaban entre los pasillos, había niños descalzos y medio desnudos, vendedoras (todas mujeres prácticamente) sentadas esperando a vender alguna cosa. Respirando al caminar por el mercado entre todo tipo de olores, más bien peores que mejores, tenía la sensación de que toda aquella gente pasaba los días viendo el tiempo pasar, sin nada que hacer. El mercado era un reflejo bastante claro del modo en que esta gente, 80% pobre, vive. Por la noche, dando un último paseo, mis amigos pararon a comprar en un puesto de la calle y una niña de unos cuatro años nos invitó a sentarnos en unas sillitas. Me cogió las gafas, la pulsera, se reía, me hablaba y yo, como no le entendía, le canté una canción. Nuestra amiga era una preciosidad camboyana. Al final nos fuimos y le dije gracias en su lengua, la única palabra que aprendí: Okun. Ir a Camboya ha sido una experiencia maravillosa y siempre lo recordaré. Me quedo con ganas de más viajes por ese país y también por Vietnam, Laos y Thailandia. Ahora, con el corona virus será imposible, pero quién sabe… igual habrá más ocasiones.

Danza sagrada apsara

Después de haber visitado los templos de Angkor es recomendable ir a ver a las bailarinas y bailarines apsara, una danza tradicional y sagrada jmer. De influencia hinduísta, las distintas escenas contaban historias como la lucha entre los monos blancos y negros o el origen de Camboya. Fue una delicia ver los delicados y exquisitos movimientos de las manos, la cabeza, los pies, los dorados y brillantes trajes y la expresión relajada de sus sonrientes rostros. Un control enorme de una técnica que se remonta a tiempos ancestrales. Me alegro de haber visto este espectáculo. No nos permitieron sacar fotografías ni grabar videos, solamente al final. Después fui junto a compañeros de viaje como Constanza, Britain y Sylvie, a la animada calle de Pub Street a tomar unas cervezas con música en directo y a cenar a un restaurante de comida jmer y tai. Una noche perfecta salvo por un detalle: el grito histérico que pegué en mitad de la ceca cuando noté que algo pasaba por mi pie: una cucaracha camboyana. Grité, me levanté y salí para luego entrar y continuar un nerviosismo, fruto de mi fobia a cuertos insectos y que duró un buen rato. La camarera se acercó sonriendo para decirme que eso significaba buena suerte para mí. Me quedaré con ese simbolismo porque el mal rato ya lo había pasado. Historias de viajes por lugares exóticos. A ver si un día de estos empiezo a trabajar mis fobias, aunque no sé si podré superarlas… seguimos ruta y a dormir.

Kampong Phluk (pueblo flotante)… cuando hay agua

La excursión de hoy comenzó en tuk tuk hacia la zona rural. Un pueblecito situado a unos 12 km de Siem Reap que se caracteriza por sus casas con palafitos, ya que en la época de lluvias todo se inunda y se accede a las casas en barcas. Al estar en plena época seca (el mes de abril es el mes mas caluroso del año aquí y ya estamos por encima de 30 grados cada día) pude pasear por el pueblo e imaginar cómo sería inundado. También tiene encanto verlo todo sin agua. Visité su pagoda y la escuela. Los niños y niñas llevaban uniforme (algunos) y todos se te acercaban a pedir golosinas. Una mujer francesa llevaba una bolsa llena de chuches e iba repartiendo por doquier. Este tipo de escuelas sobreviven gracias a las donaciones porque el pueblo camboyano es realmente muy pobre. Tan pobres como sonrientes. Siempre tienen la sonrisa puesta. Ha sido una visita que me ha encantado. Esta noche iré a ver danza sagrada tradicionak camboyana, jemer, “hmer” o también llamada apsara.

Más templos y bendición budista

Martes, 11 de marzo. Segundo dia de templos. Me levanté a las cuatro de la mañana para ir a ver amanecer a angkor wat. Fue algo espectacular. Hoy fuimos a la ruta larga y vi unos seis o siete templos más. Todos diferentes, unos hinduistas (los templos que tienen torres tipo piramidales y con varias plantas) y los budistas (de una sola planta). Nuestro guia nos informó sobre todo ello. Hay más de cien templos en toda la zona de Siem Reap. He grabado audios fantásticos, tanto de la naturaleza (pájaros increíbles sobre bajo continuo de chicharras, que no cesan nunca), como de algunas explicaciones de Tran, nuestro guia. En uno de los templos, un monje nos echó su bendición que me supo a gloria divina por la ducha que nos dio con una especie de hisopo que nos refrescó tanto a mi compañeras de viajes, Marisa, como a mi. Y ante semejante calor, creo que esa fue la mayor de las bendiciones. Esto del budismo me está gustando mucho. Otro día intenso y precioso.

Templos de Angkor

Angkor wat

Hoy ha sido un día agotador pero ha merecido la pena. He visitado varios templos de las maravillas arqueológicas de Angkor. A primera hora me levanté pronto y salí por los alrededores del hotel a ver la zona antes de que me recogiera el conductor. Aquí en Siem Reap hay movimiento de noche, de dia, de tarde y a todas horas. Las gentes friegan los suelos, preparan los puestos ambulantes (street food), las motocicletas van y vienen… paseando me encontré con un centro de aprendizaje de una lengua muy antigua aqui, el Khmer. Era un sitio muy tranquilo y para mi sorpresa había un centro religioso budista. Me encontré con monjes a quienes saludé aunque no se permite hacer fotos. Fue un comienzo de día muy especial. Luego volví al hotel e inicié ruta a los templos. Aquí dejo un a muestra fotográfica del día de hoy. El calor que he pasado no se puede explicar. Los hornos de Pedro Botero son una broma… Ahora toca descanso porque en pocas horas haré otra ruta a ver mas templos. A las 4 de la mañana me recogen porque la excursión empieza a esa hora para poder ver amanecer.

Camboya

8 de marzo de 2020. En el otro lado del planeta se celebra el Dia Internacional de la Mujer. Yo lo hago viajando a Siem Reap. Estaré cuatro días explorando templos, gastronomía, costumbres, viendo cómo viven las gentes. He llegado a media tarde y al bajar del avión, una bofetada de calor me ha dado la bienvenida. Un chico me esperaba con un tuk-tuk para llevarme al hotel, la Villa Wat Damnak. Las primeras imágenes en la retina han sido una cabras que paseaban a sus anchas por la carretera. Motos, cientos de motos llenas de polvo y suciedad. Y es que el polvo seco se respira por todas partes. Lo primero que hice fue contactar con el chico del tour que me llevará a ver los templos y salir a dar una vuelta por la ciudad. Cené estupendamente en Pub Street y me di una vuelta por el Night Market. Compras de momento, no. Quizás el último día… qué ganas de conocer AngKor. Por cierto, que uno de loa templos, he leído que está dedicado a las mujeres. Brindo por todas.

Macao

Domingo, 23 de febrero de 2020. Me levanté muy pronto para viajar hasta la ciudad de Macao. Cogí un shuttle bus, luego el metro hasta el aeropuerto y de allí otro autobús que me llevó cruzando por El puente Hong Kong-Zhuhai-Macao, que tiene 29,6 kilómetros de largo y cruza sobre el mar. Hacía buena mañana. Comencé mi deriva. No fue difícil llegar a Macao, ni tampoco pasar por inmigración. Muy pocas personas iban allí ese día. Mi sensación desde que llegué a Hong Kong, ya hace casi un mes, es de estar habitando un mundo futurista, distópico, como de una película de ciencia ficción. El corona virus, esta pandemia, hace que todo esté medio vacío. Hong Kong, una ciudad de multitud, de caos… es en estos tiempos es como un bálsamo, un lugar de calma y quietud. A veces voy en el autobús hasta la universidad con dos personas más. No puedo ir a ningún evento (espectáculo, concierto, teatro, ópera…porque todo está cancelado. En la calle, siempre con máscara, evidentemente. A todas horas.

Macao es una ciudad de contrastes. Por un lado, en la parte antigua aún está la huella portuguesa (en los carteles todo está en portugués, además de inglés y, desde luego, en cantonés). Pude ver las ruinas de San Pablo (de la época de los jesuitas) y me perdí por algunas calles estrechas, donde vi algunas casas coloniales, aunque no mucho. De hecho, prevalece el estilo asiático y hay partes absolutamente destartaladas, sucias, viejas… Por otra parte, en Maco está el lujo majestuoso, pomposo y hasta escandaloso de sus casinos. Fui a ver dos: el casino Lisboa y el famosísimo Venetian, donde hay una réplica de la ciudad de Venecia, con sus canales y todo, tanto en la parte exterior como en el interior. Lo de los casinos es algo espectacular (aunque a mí, personalmente estos decorados y réplicas no me van nada) pero había que verlo estando en Macao. También construyeron una Torre Eiffel a escala, creo a la mitad de la original. A la vuelta quise coger el ferry por volver en otro medio de transporte pero, al llegar al puerto, me encontré con un espacio desolado. Vacío, absolutamente vacío. Todos los ferrys estaban cancelados hasta no se sabía cuándo. Por tanto, la vuelta fue un poco pesada, ya que tuve que volver a coger autobuses varios hasta llegar al aeropuerto de Hong Kong de nuevo y de allí, deshacer lo andado. Un día intenso que desde luego, mereció la pena!!

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